Lacadée nos advierte también cómo para Lacan el niño freudiano no es un inocente: «es culpable del goce que extrae usando el significante pero también abandonándose a su masoquismo primordial». Destaca a la vez el hecho de «la neurosis infantil no viene tanto del encuentro traumático con el Otro sino de lo real, del goce en juego en ese encuentro.»
Es que debido al lenguaje, se está siempre en la discordancia del malentendido. Por eso el niño «es un inmigrante en el país de la palabra, en el país donde el llamado puede no encontrar respuesta». Esto supone que «hay para el niño un agujero [trou] en el saber, no puede poner en palabras lo que vive ». Se trata de «una experiencia fuera de sentido, [...] un encuentro con un real que no puede asimilar. El niño lacaniano es pues un niño troumatizado.»