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Philippe Lacadée - El S.K.bello (13/02/2015)


Orientado por la conferencia de J.-A. Miller «El inconsciente y el cuerpo hablante» y por dos libros de H. Castanet, «La sublimation» y «S.K.beau», Lacadée nos invita a hacerle lugar a la última enseñanza de Lacan bajo la propuesta de que el concepto de escabel abre un nuevo camino a la sublimación freudiana con el cual «salir de la deriva del psicoanálisis aplicado a la cultura». Es en este sentido que retoma la tesis de Castanet, quien propone, en cambio, un «psicoanálisis implicado» al observar que «los artificios de los semblantes y las construcciones de simulacros no pueden prescindir de un real en marcha» y que ese real es causa, precisando que «palabras, imágenes y conceptos son sus tratamientos. […] El saber del artista atañe precisamente a ese real de la causa.»
Lacan ya había destacado que el artista siempre precede al psicoanalista y que el poder de enseñanza que su obra conlleva consiste en que su trabajo es recuperar el objeto por medio de su arte, elevando un objeto a la dignidad de la Cosa. Lacan inventa la palabra S.K.bello para calificar la estética de Joyce, para desnudar a ese real al que el artista se confronta y que las posibles sublimaciones velan: un S.K. siempre enigmático, fuera de sentido. Mientras la Cosa es presentada como una esfera cerrada, el escabel es más bien un arreglo y depende de lo torcido, no de la recta ni de lo redondo. Así, el escabel es lo real de la esfera, preside a su producción.
Finalmente, Lacadée nos propone  volvernos pasadores del escabel de los creadores, de aquellos artistas fabricantes de escabeles, demostrando cómo cada uno desanuda y reanuda la imagen o la palabra o el concepto para darle tratamiento, cómo con su sinthome se las arreglan singularmente con lo incurable de lo real, cómo hacen de su síntoma un escabel para sacar a la luz su goce opaco.

Philippe Lacadée - El niño lacaniano es el niño troumatizado

El autor parte de una anécdota relatada por Lacan en el Seminario XI para ilustrar cómo, para el niño, «el significante no es solamente simbólico o pacificador, sino que está vivo, es decir que puede gozar de su vida de significante por sí solo y como tal alcanzar un goce fuera de sentido», goce «traumatizante para el niño porque le escapa en tanto que un otro significante no viene a darle significación». Así, Lacan subraya «los estragos de la palabra [...] cuando no se responde a su llamado». Y, a su vez, la escena en cuestión muestra cómo «el Otro enmarca la experiencia del niño a través de su mirada», «hasta ocupar allí la posición causal que hace que esta escena exista porque es vista.» 
Lacadée nos advierte también cómo para Lacan el niño freudiano no es un inocente: «es culpable del goce que extrae usando el significante pero también abandonándose a su masoquismo primordial». Destaca a la vez el hecho de «la neurosis infantil no viene tanto del encuentro traumático con el Otro sino de lo real, del goce en juego en ese encuentro.» 
Es que debido al lenguaje, se está siempre en la discordancia del malentendido. Por eso el niño «es un inmigrante en el país de la palabra, en el país donde el llamado puede no encontrar respuesta». Esto supone que «hay para el niño un agujero [trou] en el saber, no puede poner en palabras lo que vive ». Se trata de «una experiencia fuera de sentido, [...] un encuentro con un real que no puede asimilar. El niño lacaniano es pues un niño troumatizado
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